
Hace 30 años ya de la caída del Muro de Berlín. Aún lo recuerdo y como yo, millones de europeos lo vivimos en primera persona. No era el mero hecho del triunfo, único, de la libertad; también era la constatación de la imposibilidad de la existencia de las Asimetrías: económicas, sociales y culturales en un mundo camino de la globalización. Un mundo cada vez más comunicado y cercano, donde las distancias se acortan y las fronteras se convierten en muros de papel.
Treinta años de aquello y hoy en día se discute, nuevamente, sobre nuevos muros, pero esta vez mirando al Sur; tanto en Europa como en Estados Unidos. Como si resultara posible invocar el pasado y traerlo al presente. Como si en nuestro pensamiento liberal cupiera la posibilidad de evocar un Telón de Acero o como si estúpidamente, pensáramos que una fortaleza no pueda ser tomada.
Las Asimetrías históricamente siempre han conducido a la inestabilidad económica y social. Así ocurrió en Rusia y en China y en general, suele venir ocurriendo en aquellos lugares en los que no se trabaja en pro de la cohesión. Las sociedades modernas más estables son, por definición, las más cohesionadas y justas. Pero en un mundo cada vez más global, ¿sería correcto seguir pensando en la cohesión interna? .¿Debe centrarse Europa y el mundo civilizado en seguir trabajando única y exclusivamente la cohesión interna?.
Al sur de Europa viven más de Mil Millones de personas (300 millones en su entorno más cercano) y otros 500 millones al sur de los EE.UU. De ellos nos separa un mero salto geográfico que en algunos casos es de muy pocos kilómetros. Pero en términos económicos y sociales la distancia (la Asimetría) es abismal. Pongamos el caso de la energía en un futuro plausible. Es evidente que el mundo civilizado se está preparando a marchas forzadas hacia un futuro independiente de los combustibles fósiles. Hoy por hoy, para Europa, la energía es cada vez más verde: centrales solares, plantas eólicas y en general nuevas técnicas que en nada tienen que ver con el pasado. Muy necesitadas de inversión de infraestructuras de interconexión y de capacidad de gestión. Y estamos generando un nuevo modelo económico “verde” dependiente de todo lo anterior: desde la generación al consumo. Pero al sur de nuestras fronteras el modelo es otro; para la agricultura, las comunicaciones y la sociedad en general, la energía está contenida en un bidón de diésel. ¿Qué horizonte temporal tienen esas sociedades para afrontar el reto de un cambio de modelo?. ¿Qué capacidad económica y social cuentan para generar y asumir el cambio?. Porque más allá del calentamiento global, está el hecho de que los recursos fósiles no son eternos.
Me pregunto qué ocurrirá el día (o la noche) en que la luz sólo brille en el norte. Y la respuesta es que, probablemente, acudirán las personas como polillas a la luz.
Esta analogía del brillo es extrapolable a muchos otros ámbitos de nuestra sociedad. Un brillo que se transmite como la luz y a su misma velocidad por innumerables medios.
Es el brillo de las fiestas del Palacio de San Petersburgo las vísperas de la revolución. Un palacio con guardias y muros que se pensaban inexpugnables en una sociedad Asimétrica.
