Dios no dio dos orejas, dos ojos, dos manos pero solo una boca, “por algo será”, que solía decir mi madre. Hay que saber ver y oír pero también tenemos el doble de capacidad de hacer y en esto la economía es algo “orgánico”; no es artificial. Nace de la necesidad del ser humano por cubrir sus necesidades: las presentes y las futuras. Pero estas necesidades se construyen en un entorno físico, técnico y humano. Y es en el juego de estos factores donde se establecen las relaciones que generan la economía productiva y la sociedad que deseamos.

Hemos logrado alcanzar el nivel técnico que nos permite a día de hoy adaptar la naturaleza y someterla a nuestras necesidades, pero sus efectos ya los empezamos a ver y a oír; estas señales que hace tiempo nos hicieron llegar nuestros científicos, ya las empezamos a percibir hoy por hoy con mayor contundencia; los datos, por desgracia, son claros y tenaces. La inmigración creciente también nos avisa; nos dice con claridad meridiana que los avances sociales son asimétricos y que en tan sólo un salto geográfico, la población puede desplazarse si sus necesidades no se cubren localmente. Y el primer mundo cada vez es más viejo; más tecnológico, pero más envejecido. Viejos que aún soñamos con las estrellas; con conquistar nuevas fronteras: en la ciencia y en el espacio.
Nuestra realidad, nuestro entorno, nuestra sociedad y nuestros deseos configuran un conjunto de retos y son esos mismos retos los que constituyen la base “orgánica” de la economía del futuro. Saber verlo y oírlo con anticipación resulta esencial para poder afrontarlos con éxito. Porque una sociedad que conoce sus necesidades y su entorno es capaz, asimismo, de generar una economía floreciente si sabe posicionarse con inteligencia.